Mi padre era oficial naval, y los hijos de un vicealmirante tenían que recibir una muy buena educación. El problema es que ‘buena educación’ no significaba lo mismo para un niño que para una niña. Lo de siempre, mientras mis hermanos estudiaban álgebra, latín, astronomía y esas cosas, a las chicas nos instruían en costura, piano, y materias todas dirigidas a convertirnos en damas de clase alta y poder conseguir un buen marido que nos diese seguridad, pero a mí lo que me gustaba era la ciencia. 🤦♀️
Cumpliendo las expectativas de mis padres, me casé con un ‘buen partido’ pero que no comprendía mi afición por las matemáticas. Enviudé pronto y años más tarde volví a casarme con un señor de buena familia (y tan buena, era mi primo) y con este sí me entendía bien. Con mi William compartía aficiones científicas, estaba orgulloso de mis capacidades y conocimientos e incluso me copiaba a mano los artículos de la biblioteca de la Royal Society que le pedía, porque las mujeres no podíamos acceder a las instalaciones. 🤦♀️
En Londres y con mi marido en la Royal Society, empezamos a tener relación con destacados científicos ingleses y contacto con importantes figuras de la ciencia europea, lo que me permitió estar a la última. Y traduje, comenté e hice más accesible esa ciencia avanzada que venía de Europa.
También publiqué libros y ensayos propios sobre matemáticas, física, astronomía, que ayudaron a otros científicos, por ejemplo, a descubrir Neptuno. Y siempre con el ánimo divulgador de hacer más cercanas todas estas materias. Esto de divulgar no sólo lo hacía sobre el papel, también fui mentora científica de la joven Ada Lovelace, que quizá os suene.
Como no me estaba permitido ir a la universidad no tengo títulos ni honores académicos, pero tengo el currículum lleno de premios, distinciones y reconocimientos, por ejemplo, el de haber sido la primera mujer miembro de la Real Sociedad Astronómica, junto con mi comadre Carolina Herschel.
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