Que los físicos alemanes quisieran o no fabricar la bomba atómica siempre ha estado en tela de juicio. Antes de la guerra Alemania era un destino privilegiado para todo científico, los mayores avances en ciencia y tecnología allí germinaban, era fácil suponer que lo conseguirían durante el régimen nazi. La sorpresa fue en realidad conocer su fracaso y escuchar después un sinfín de exculpaciones que han llevado a muchos a proclamar la superioridad moral del equipo alemán sobre los científicos del proyecto Manhattan, que sí lograron tan terrible propósito.
La mayoría de los científicos que no eran nazis pero trabajaron para Hitler adoptaron una postura dual; se centraban en la investigación objetiva y se adaptaban o sometían a la situación política en un aura de “pureza irresponsable”. Los aliados por su parte aplacaban su conciencia convencidos de que el enemigo avanzaba más deprisa hacia la bomba atómica. Hasta diciembre de 1944 no tuvieron certeza del fracaso de los alemanes, cuando llegó a Estrasburgo un grupo de agentes secretos, el equipo Alsos, liderado por Samuel Goudsmit, físico y políglota que conocía a Werner Heisenberg. El resultado de la misión, el reactor nuclear de Haigerloch, que nunca llegó a funcionar, y diez físicos capturados; incluido Heisenberg.
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