Historia de la Ciencia, Mujer y ciencia

Sophie Germain, matemática

Soy de una familia burguesa acomodada y en casa nunca faltó de nada. Bueno, quizá un poco más de atención por parte de mis padres. Mi padre fue elegido diputado durante la Revolución francesa, que fue una época movidita, así que no me hacían mucho caso. Para distraerme, me sumergía en la gran biblioteca de casa y así descubrí las matemáticas, el gran amor de mi vida.

A mis padres no les hacía mucha gracia esta afición y nunca tuve apoyo por su parte, ni me pusieron profesores ni nada parecido, así que me las tuve que apañar sola. Estudiaba a escondidas de noche, cuando todos dormían, aprendí latín por mi cuenta para poder leer más escritos y así, entre mis libros y mis ganas, logré un buen nivel matemático.

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Marie Boivin, matrona e inventora

Me crie en un convento de monjas, que además atendían un hospital. De modo que crecí entre vendajes y camillas y allí las monjas me enseñaron las bases de la medicina y la enfermería. Después estalló la revolución francesa y un convento no era el sitio más seguro para quedarse, así que salí pero seguí con mis estudios de anatomía y obstetricia hasta que me casé.

Pronto quedé viuda, con una hija y en una situación difícil, pero continué mis estudios de la mano de Marie-Louise Lachapelle, la matrona más reputada de toda Francia, que vio en mí unas capacidades sobresalientes en esto de la atención a parturientas. Y al poco de acabar los estudios, entré a trabajar como su asistente.

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Caroline Herschel, astrónoma

Mi padre era músico militar del ejército prusiano en pleno siglo XVIII. ¿Os podéis imaginar alguien más estricto y severo que eso? Yo sí,… mi madre.

En casa a los hermanos varones se les enseñaba matemáticas, astronomía, filosofía y música y a las chicas a coser y cocinar para ser buenas madres y esposas. 🤦‍♀️

A mí me interesaba mucho más lo que aprendían los chicos y pegaba la oreja a sus clases. Mi padre se dio cuenta de que me gustaba y se me daba bien todo aquello, así que empezó a darme clases a escondidas para que mi madre no nos pillase.

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Jeanne Baret, botánica

Jeanne Baret

Nací en la humilde granja de mis padres en un pueblecito de Francia. Allí dinero no había mucho pero campo, todo el que quería, así que me aficioné a las plantas, hierbas y flores que había por todos lados.

Quiso la casualidad que se mudase al pueblo de al lado el médico y naturalista Philibert Commerson. Entré a trabajar en su casa como asistenta mientras él se dedicaba a sus cosas de naturalista, pero al ver que yo era espabilada y que tenía buena mano con las plantas, me dio clases de botánica y empecé a ayudarle en sus trabajos. Y así, entre recoger muestras, preparar herbarios y tomar notas, nos hicimos más que amigos, ya me entiendes. 😉

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Laura Bassi, física

Laura Bassi, 1ª profesora de física en una Universidad

Cuando yo nací Italia aún no estaba ‘inventada’, así que soy boloñesa, como la salsa.

En mi casa había dinero y tuve acceso a una muy buena educación, de modo que desde pequeña me enseñaron, entre otras muchas cosas, latín, matemáticas, francés, filosofía, lógica e historia natural. 📚 

También me enseñaron a ser modesta y está feo que yo lo diga, pero es que era una niña superdotada. De hecho muchos intelectuales y académicos venían a casa para verme en acción, intercambiando sesudas opiniones y fundados argumentos con expertos en las respectivas materias, y todo ello en varios idiomas.

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Astronomía y astrofísica, Historia de la Ciencia, Libros y Lecturas

«El tesoro de Kepler » de Luminet

Tycho Brahe y Johannes Kepler. Praga
Tycho Brahe y Johannes Kepler. Praga

Astrofísico, escritor y poeta, Jean-Pierre Luminet nos ofrece este año con su novela «El tesoro de Kepler» un fascinante viaje a los albores del S. XVII. Pronto el hombre sería destronado y el centro del universo dejaría de pertenecerle. El heliocentrismo ganaba terreno con sigilo y muchas dificultades, pero de forma inexorable. Cuando el astrónomo Tycho Brahe, mathematicus imperial de Rodolfo de Hausburgo, liberó en 1601 las observaciones que tan celosamente había guardado durante 38 años el avance se convirtió en inevitable. Allí estaba Johannes Kepler, uno de los mejores matemáticos de su tiempo para construir órbitas, para encontrar relaciones entre astros y planetas, para elaborar un nuevo mapa del universo. ¿Cómo se encontraron estos dos personajes?¿Por qué Kepler y no otro científico de la época?

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Historia de la Ciencia, Libros y Lecturas, Pseudociencia

«Por qué creemos en cosas raras» de Michael Shermer

Por qué creemos en cosas raras. M. Shermer.

El escepticismo no es una postura, sino una actitud y, además, se puede aprender. Basta con aplicar el pensamiento científico y fomentar el espíritu crítico. Nos lo transmite Michael Shermer, historiador de la ciencia y psicólogo, que desde hace años intenta comprender por qué pseudociencia y pseudohistoria tienen tantos adeptos en la sociedad de hoy.

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Alemanes y aliados en busca de la bomba atómica

El reactor de Haigerloch

Que los físicos alemanes quisieran o no fabricar la bomba atómica siempre ha estado en tela de juicio. Antes de la guerra Alemania era un destino privilegiado para todo científico, los mayores avances en ciencia y tecnología allí germinaban, era fácil suponer que lo conseguirían durante el régimen nazi. La sorpresa fue en realidad conocer su fracaso y escuchar después un sinfín de exculpaciones que han llevado a muchos a proclamar la superioridad moral del equipo alemán sobre los científicos del proyecto Manhattan, que sí lograron tan terrible propósito.

La mayoría de los científicos que no eran nazis pero trabajaron para Hitler adoptaron una postura dual; se centraban en la investigación objetiva y se adaptaban o sometían a la situación política en un aura de “pureza irresponsable”. Los aliados por su parte aplacaban su conciencia convencidos de que el enemigo avanzaba más deprisa hacia la bomba atómica. Hasta diciembre de 1944 no tuvieron certeza del fracaso de los alemanes, cuando llegó a Estrasburgo un grupo de agentes secretos, el equipo Alsos, liderado por Samuel Goudsmit, físico y políglota que conocía a Werner Heisenberg. El resultado de la misión, el reactor nuclear de Haigerloch, que nunca llegó a funcionar, y diez físicos capturados; incluido Heisenberg.

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Desencuentro de Bohr y Heisenberg en Copenhague

Heisenberg (izquierda) y Bohr (derecha)

¿Cuál es la responsabilidad moral de la ciencia? Una pregunta siempre abierta que despierta una y otra vez ante la guerra, que despierta mil y un debates. Como también se despertó en «Copenhague», la obra teatral del dramaturgo y novelista inglés Michael Frayn. En ella se intenta reconstruir lo que tal vez acaeció en un enigmático encuentro entre el físico danés Niels Bohr y su antiguo amigo y alumno, el alemán Werner Heisenberg.

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El sueño de Vannevar

Vannevar Bush. Foto: MIT Museum.

La Segunda Guerra Mundial provocó profundos cambios en la ciencia y la tecnología y su relación con la sociedad. La Oficina de Investigación y Desarrollo Científico [1], dirigida por Vannevar Bush, se encargó de numerosos programas de investigación realizados por la industria y laboratorios universitarios en el curso de esta guerra. Sin embargo, Vannevar tenía un sueño.

Vannevar Bush en su propuesta de 1945 sobre el futuro de la ciencia y la tecnología [2] apostaba por una relación entre el Gobierno y la financiación de la ciencia, que correría a cargo de una agencia denominada Fundación Nacional de Investigación. Aunque dicha agencia trabajaría en beneficio de las fuerzas armadas de Estados Unidos, también incluiría entre sus objetivos la prosperidad económica, el bienestar público, y el florecimiento cultural. Vannevar y los comités que le asesoraron pretendían que el Estado financiara la ciencia a gran escala, dejando que los científicos decidieran la orientación de la investigación básica.

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