Historia de la Ciencia, Mujer y ciencia

Marie Boivin, matrona e inventora

Me crie en un convento de monjas, que además atendían un hospital. De modo que crecí entre vendajes y camillas y allí las monjas me enseñaron las bases de la medicina y la enfermería. Después estalló la revolución francesa y un convento no era el sitio más seguro para quedarse, así que salí pero seguí con mis estudios de anatomía y obstetricia hasta que me casé.

Pronto quedé viuda, con una hija y en una situación difícil, pero continué mis estudios de la mano de Marie-Louise Lachapelle, la matrona más reputada de toda Francia, que vio en mí unas capacidades sobresalientes en esto de la atención a parturientas. Y al poco de acabar los estudios, entré a trabajar como su asistente.

De verdad que eso de ser matrona era lo mío. Empecé a coger experiencia y fama en el oficio, tanto, que siempre me encargaban a mí los partos más complicados. Era tan hábil que llegaron a decir de mí que ‘tenía un ojo en la punta de cada dedo’.

Con el tiempo empecé a ascender en puestos y responsabilidades dentro del hospital, hasta que comenzaron a aparecer roces y disputas con Lachapelle, de modo que separamos nuestros caminos.

Dirigí varios hospitales y maternidades y desde mi posición impulsé la creación de una escuela de partería, además de una revisión profunda de esta profesión en Francia. Todo el conocimiento que iba adquiriendo en la profesión lo plasmé en varios escritos que se convirtieron en libros de texto, que por muchos años fueron de obligada lectura para las siguientes generaciones de matronas.

Además inventé y mejoré varios instrumentos ginecológicos para facilitarle la vida a los médicos, a las parteras, y como no a las embarazadas, que bastante tenían ya con lo suyo. Inventé, por ejemplo, un pelvímetro y un espéculo vaginal para dilatar la vagina y explorar el cuello del útero en los momentos previos al parto.

Por todo lo anterior recibí reconocimientos y galardones de muchos países, pero tengo clavada la espinita de no haber sido aceptada en la ‘Academia de Medicina’ de París. Y es que hasta 1922 no admitieron a ninguna mujer, y tuvo que ser alguien como Marie Curie, que si no, ni por esas.… ellos se lo pierden.

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