No indicarle cómo experimentar, del mismo modo que no le explicamos cómo jugar. Dejarle hacer, sin más, ya llegará el momento de enseñarle cómo se utiliza ese embudo o aquel colador. Concederle este tiempo de experimentación libre antes de lanzarse a dar instrucciones y “dirigir” es difícil, el pasado pesa y el modo en que aprendimos también. Pero intentarlo vale la pena, basta con estar cerca.
Ronald Mallet estudió ciencias físicas porque un sueño le acosaba desde niño; viajar al pasado y advertir a su padre del mal de corazón que éste padecía con la esperanza de salvarle de una muerte prematura. El dolor de aquella pérdida y una obsesión siempre viva llevaron al joven Ronald por los caminos de la física teórica. Fue un sendero tortuoso y por él avanzó con un pesado equipaje que solía mantener en secreto, el deseo de construir una máquina del tiempo. Él mismo nos relata en su libro «Time Traveler«, escrito con Bruce Henderson, cómo logró conciliar razón y corazón, una historia personal llena de ciencia.
Para algunos se trata de «una respuesta inadecuada a los asuntos contemporáneos», porque el cine de ciencia ficción ofrece imágenes que nos acostumbran a las contradicciones, porque se aferra con obsesión a la brujería tecnológica y se aprovecha del miedo a lo desconocido.
Alejarnos de cualquier intento por racionalizar, o que renunciemos a intentarlo, parece ser su objetivo; crear momentos de duda, dejarnos suspendidos entre lo misterioso y lo real con esa condenada pregunta «¿qué pasaría si…?». Pero este género que hunde sus raíces en la tríada «razón, ciencia y tecnología» suele provocar una fascinación a la que no siempre es fácil resistirse.
Tienen el tamaño de un microondas y tres patas, sus creadores les llaman «spiders». Pueden detectar terremotos, medir sutiles deformaciones del suelo, sentir explosiones volcánicas y detectar nubes de cenizas. Son los nuevos vigilantes de las montañas de fuego y desde hace un mes en el Monte Santa Helena ya habitan algunos de ellos. Es el resultado del trabajo conjunto de ingenieros y científicos de la NASA, el USGS y la Universidad del Estado de Washington en Vancouver.
Que la probabilidad y la estadística sean el gran objetivo en la enseñanza de las matemáticas, en lugar del tradicional cálculo, es la propuesta de Arthur Benjamin, matemático especializado en combitatoria, también conocido por sus sesiones de matemagia. Lo transmite con entusiasmo en esta breve charla TED (3 min).
Tiene más de una década de vida y sin embargo aún provoca debates. Es “Gattaca” (1997), una película de Andrew Niccol que al parecer pasó sin pena ni gloria por cartelera. Fue después, a partir de su edición para vídeo y DVD, cuando más interés suscitó tanto en círculos científicos como en los medios de comunicación. Y es que esta obra cinematográfica, enmarcada en “un futuro no muy lejano”, no suele dejar indiferente al espectador porque trata de miedos candentes; la manipulación genética y la discriminación social que para ella podemos imaginar.
Astrofísico, escritor y poeta, Jean-Pierre Luminet nos ofrece este año con su novela «El tesoro de Kepler» un fascinante viaje a los albores del S. XVII. Pronto el hombre sería destronado y el centro del universo dejaría de pertenecerle. El heliocentrismo ganaba terreno con sigilo y muchas dificultades, pero de forma inexorable. Cuando el astrónomo Tycho Brahe, mathematicus imperial de Rodolfo de Hausburgo, liberó en 1601 las observaciones que tan celosamente había guardado durante 38 años el avance se convirtió en inevitable. Allí estaba Johannes Kepler, uno de los mejores matemáticos de su tiempo para construir órbitas, para encontrar relaciones entre astros y planetas, para elaborar un nuevo mapa del universo. ¿Cómo se encontraron estos dos personajes?¿Por qué Kepler y no otro científico de la época?
El escepticismo no es una postura, sino una actitud y, además, se puede aprender. Basta con aplicar el pensamiento científico y fomentar el espíritu crítico. Nos lo transmite Michael Shermer, historiador de la ciencia y psicólogo, que desde hace años intenta comprender por qué pseudociencia y pseudohistoria tienen tantos adeptos en la sociedad de hoy.
Que los físicos alemanes quisieran o no fabricar la bomba atómica siempre ha estado en tela de juicio. Antes de la guerra Alemania era un destino privilegiado para todo científico, los mayores avances en ciencia y tecnología allí germinaban, era fácil suponer que lo conseguirían durante el régimen nazi. La sorpresa fue en realidad conocer su fracaso y escuchar después un sinfín de exculpaciones que han llevado a muchos a proclamar la superioridad moral del equipo alemán sobre los científicos del proyecto Manhattan, que sí lograron tan terrible propósito.
La mayoría de los científicos que no eran nazis pero trabajaron para Hitler adoptaron una postura dual; se centraban en la investigación objetiva y se adaptaban o sometían a la situación política en un aura de “pureza irresponsable”. Los aliados por su parte aplacaban su conciencia convencidos de que el enemigo avanzaba más deprisa hacia la bomba atómica. Hasta diciembre de 1944 no tuvieron certeza del fracaso de los alemanes, cuando llegó a Estrasburgo un grupo de agentes secretos, el equipo Alsos, liderado por Samuel Goudsmit, físico y políglota que conocía a Werner Heisenberg. El resultado de la misión, el reactor nuclear de Haigerloch, que nunca llegó a funcionar, y diez físicos capturados; incluido Heisenberg.
Lo llaman Ibuki, significa respirar en Japonés, y es el primer satélite destinado a observar cómo nuestro planeta inhala y exhala dos gases de efecto invernadero, dióxido de carbono y metano. El viernes 23 de enero la agencia japonesa JAXA lanzó este nuevo vigilante que, ya en órbita y antes de inciar su misión, sufrirá toda clase de pruebas durante los próximos tres meses. Mientras, otro compañero de vuelos se prepara. Se trata un observatorio orbital de carbono, denominado OCO, que la NASA pretende poner en el espacio durante el mes de febrero.
Ciencia y poesía comparten honores en la encuesta del Libro Gallego del Año. Lectores galaicos sitúan a «Pó de estrelas», del neurocientífico Xurxo Mariño Alfonso, en el mismo pódium que al poemario «Estúrdiga materia», de Luis González Tosar. Buena noticia para los amantes de la ciencia.
En el 2009 estamos a 400 años del telescopio de Galileo Galilei, a 200 del nacimiento de Darwin y a 40 de la llegada del hombre a la luna. Podemos elegir o quedarnos con los tres; Año Internacional de la Astronomía, año del «padre» de la evolución y, también, de los primeros pasos de Armstrong sobre la superficie lunar. Tres motivos de celebración sobre logros pasados.