Me acerqué a los periodistas para aprender de ellos. Son expertos en comunicación, utilizan el lenguaje a su antojo, saben cómo llegar a la gente, con su retórica influyen, crean opinión. Me acerqué a ellos porque quería aprender a comunicar ciencia. Mis primeros desencuentros los sufrí ya hace dos veranos, durante un curso que vendía la idea de formar una gran alianza entre el periodismo y el mundo de las ciencias experimentales. Eran mis primeros pasos en esta jungla, mis ojos ingenuos y algo perplejos en un par de charlas descubrieron el engaño. Desolada observé que en realidad a nadie le interesaba una alianza.
El periodista consciente de su poder exige al científico que colabore, que siga sus reglas del juego, pero que no ose el científico a pedir ayuda o algo de rigor en el acto comunicativo. El científico, que de forma irremediable necesita al periodista, puede que no entienda sus reglas y no las cumpla, o bien puede aceptarlas y obedientemente adaptarse. Alguno puede incluso aprenderlas tan deprisa que después se le tache de peligroso, no sea que venda a los medios productos dudosos o no contrastados. Ese científico, ingeniero o tecnólogo que contacta contigo ¿por qué quiere publicar? Desconfía amigo, desconfía, con estos de ciencias nunca se sabe.
No soy científica pues ni ejerzo ni investigo, aunque mi formación universitaria es “de ciencias”, y siempre me gustaron “las letras”. No consigo comprender tanto empeño en mantener ambos “mundos” separados, tanta crispación de unos y otros acusándose mútuamente de intrusos. ¿Tiene sentido seguir pensando en el intrusismo como algo negativo? Ahora que tanto se necesitan equipos multidisciplinares, o interdisciplinares, ahora que tanto se valora la habilidad camaleónica, no logro encuadrar el intrusismo. Para mí no tiene sentido. Como tampoco lo tiene esta eterna lucha por la parcela de la comunicación. Comunicar ciencia no es fácil, hacerlo bien es aún más difícil. Que comuniquen pues los que dominen ese arte, vengan de donde vengan, pero que no siga perdiendo la ciencia.
Pues tienes razón. Todas las pruebas apuntan a que el «cómo debía ser» es tal y como lo planteas, pero el «cómo es» resulta un muro infranqueable entre dos mundos. El «intrusismo» puede ser la causa: «¡eh!, ¡tu!, no te metas en mi terrerno que tu título no te lo permite». ¡Ay!, dios, la titulitis, los pedestales de los estatus, el ansia de poder… Para que la ciencia llegue al ciudadano, no queda más remedio que unir esos dos mundos. Hay publicaciones de la teoría del acercamiento.
El año 2.005 fue el Año Internacional de la Física y el Ministerio de Ciencia e Innovación se gastó un pastazo en los Programas y Planes de Acción (en parte por imperativo legal de la UE), incluso programas que llegaban hasta el 2.008. La repercusión fue «cero». Esto tendría que cambiar. El mero hecho de tu artículo es una pequeña contribución a pensar sobre ello y buscar soluciones, tan pequeña, como pequeño es el primer paso, el primero, que se da para comenzar a dar la vuelta al mundo. Lo curioso es que sin ese primer paso los demás no existirían. Enhorabuena por tu preocupación.
Muchas gracias por tus palabras. Interesante el artículo que mencionas (me he permitido la libertad de ponerlo como enlace en tu mismo comentario). La comunicación social de la ciencia es un ámbito digno de explorar (al menos para un leg@ como yo), y me resulta curioso el papel del psicólogo de la comunicación como mediador entre el científico y el periodista. Había oído hablar de otro tipo de mediador, de un científico con habilidades comunicativas y experiencia con los medios, pero no de psicólogos. Parece que según por dónde se ande, a la ciencia le cortejan más pretendientes cuando se trata de comunicarla. Me habría encantado tener al menos una asignatura de comunicación cuando estudiaba físicas, lo veo necesario en toda disciplina.