
Ana tiene tres años y le encanta cepillarse los dientes. Seguro que en alguna ocasión, intrigada por el refrescante sabor de la pasta dental, se aventura a comer un poco de esa divertida pasta tan olorosa. Contemplando esta imagen me asalta, sin embargo, una duda. ¿Tendrá nanopartículas su pasta de dientes?
La nanotecnología está de moda y son muchos los productos comerciales que contienen esos objetos un millón de veces más pequeños que un milímetro. Se encuentran sobretodo en el ámbito de la cosmética, el cuidado y la higiene personal. Desodorantes, jabón, champú, crema solar o antiarrugas, pintalabios, perfumes, loción after-shave y la pasta de dientes, entre otros. Si nos descuidamos, tendremos nanos hasta en la sopa.
Nada de esto me alarmaría, sino fuera por la incertidumbre de lo pequeño. Aún se desconocen los riesgos de toxicidad de estas nanopartículas. Falta mucho para comprender sus efectos en el cuerpo humano. Toparse con afirmaciones de este tipo inspira una profunda desconfianza y es fácil llegar a la conclusión de que se va demasiado rápido.
Los fabricantes de cosméticos dicen que no hay peligro, que los nanos se quedan en las capas superficiales de la piel muerta. ¿Alguien sabe si esto es cierto? Imaginemos, por ejemplo, una herida que les abre camino. Los nanos accederían así a células vivas y podrían entrar en la circulación sanguínea. Esto, ¿es bueno o malo? Si pensamos en el cáncer cerebral desarrollado en peces que han ingerido un pequeño número de nanopartículas de carbono, o en los problemas pulmonares hallados en ratas que han inhalado nanotubos, también de carbono, la respuesta se inclina hacia el lado negativo.
Cierto es que las aplicaciones de las nanociencias en biología y medicina parecen increíblemente prometedoras. Se habla, por ejemplo, de curar el cáncer, de alcanzar una longevidad impensable y lograr los mejores implantes. Se habla también de mejoras medioambientales, menor consumo de agua gracias a materiales siempre limpios, combustibles sintéticos no dañinos, etc.
Pero asegurar que un material nanoestructurado, tan insultantemente novedoso, es una sustancia bien conocida, aprobada y regulada infravalora los riesgos que suponga para la salud y el medioambiente. La ciencia del siglo XXI, la nanociencia, de un valor abrumador, exige y clama prudencia.
Puede que la nanoética aún no exista como disciplina. Puede que, a diferencia de la bioética, quiera emerger antes de que las propias nanotecnologías sean percibidas colectivamente como una posible amenaza. Pero debatir sobre la ética de lo nano sería de ayuda para que esta tecnología avance con responsabilidad, sin negar las malas noticias. Los nanotecnólogos deberían incluir temas éticos en sus conferencias y reuniones.
Y no merecen los preocupados por la ética el peyorativo palabro de “eticólogo”, pues no disfrutan aguando la fiesta del progreso. Tan solo piden prudencia y buen juicio, les preocupan sus vidas y las de otros, les preocupan sus hijos, niños como Ana que heredarán mañana lo que hagamos hoy.